Es por eso que aún a casi 8 décadas de su nacimiento puede seguir desplegando sus pasos por las calles de
Su recorrido hasta San Borja concluye en Wong, en donde aprovecha para tomar un descanso haciendo las compras y degustar todo lo que esté disponible para ello. A veces, esta caminata tiene como único fin seguir comiendo después del desayuno. Sus hijas le han advertido sobre el problema del colesterol y del sobrepeso, pero él hace caso omiso. Dice que “su cuerpo asimila”. Otra forma de decir que si su estómago le pide comida, él no tiene reparos en obedecer. Así sea a cada rato. De todos modos, él cree en la medicina alternativa. Prefiere tocarse la palma de la mano con el dedo índice hasta sanar, que visitar a un doctor. Más aún, cuando es un doctor con productos naturales el que le ha dado la chance de conservar la vista por más años de lo que la medicina convencional le predijo. Por eso es tan terco. Creció en una familia recta y así también crió a la suya. Siempre con él a la cabeza de las decisiones. Para bien o para mal. Siempre él. Sin arrepentirse.
Pero ya no tiene casi 8 décadas de existencia. Ahora bordea los 85 años de edad, y esta diferencia, en una persona de avanzada edad, es muy grande. Y él lo sabe bien. Lo supo finalmente cuando en uno de sus viajes de compras, perdió sentido de la ubicación y por un momento no sabía en dónde se encontraba. Cada vez sucede con mayor frecuencia. Por eso ahora es su hija la que lo acompaña, ahora en carro, a hacer las compras. Las caminatas fueron reemplazadas por la televisión. El aire de la calle y las conversaciones ajenas en sus oídos sucumbieron frente al nuevo equipo de CD. Pero su risa no se ha agotado. Menos su valentía. Tampoco su creencia en la medicina alternativa y en la mente. Por eso baja las escaleras con la frente bien en alto y con los ojos cerrados porque no le teme a lo que pueda venir. Y ríe cuando no hay más escalón que pisar, porque sabe que cuando la película de su vida se proyecte ante sus ojos, tampoco allí le temerá al final de todos sus peldaños.
*Ese es mi abuelo. El que quería que estudie medicina y se resistía a aceptar el hecho de lo que mío era la tinta y el teclado. Y aunque con los años logró aceptarlo, siempre me intentó disuadir de escribir una novela sobre su vida, un libro que jamás llegué a escribir, pero que intento resumir en el presente texto. Mañana suma un nuevo abril. Churín lo espera. Nosotros, también lo esperamos.