*Quién miércoles nos entiende.
Las mejores despedidas son las que no incluyen ningún adiós. Simplemente desapareces, no dejas rastro. Te conviertes en solo un recuerdo. Para bien o para mal, terminas siendo una mera evocación.
Si esa persona escucha tu nombre, lo único que experimenta es un viaje en el tiempo. Tiempos aquellos: un olor, un sonido, una sonrisa, su voz a lo lejos, cosas que se dijeron y otras que pasaron. O recuerdas solo lo bueno, o recuerdas solo lo malo. O es una o la otra.
Las separaciones nunca son gratas. Siempre son la explosión de una bomba de tiempo, a veces visible, a veces difícil de prever. Pero siempre existentes, sin importar cuán oficial o no fue una relación. De eso, no quedan dudas.
¿En verdad alguien acaba bien con alguien? ¿Realmente son amigos? ¿Cuánto tiempo pasa para que lo sean de verdad? Digo, como con cualquier otro amigo(a), a quien le puedes contar tus cosas sin ningún problema, y a quien le preguntas por su vida y lo que ha hecho, sin temor a lo que te vaya a decir.
¿Le quitaste el habla? ¿Borraste su número de tu celular? ¿La bloqueaste del msn? ¿Sacaste sus cosas que estaban a plena vista en tu cuarto? ¿La sacaste de tu Facebook? ¿Cambiaste la privacidad de tu perfil para que no sepa nada de tu vida? ¿Te destaggeaste de las fotos en que aparecen juntos? ¿Te cambiaste de número de celular?
Alejarse, a veces, implica también alejar a la otra persona. Asegurarse de que no esté cerca.
Todo esto suena feo. A nadie le gusta que se lo hagan. Créanme, tampoco es bonito hacerlo.
LAS HISTORIAS SE REPITEN
V, Ch, M, M. Los sucesos nunca son iguales, pero sí similares. Cuatro casos bastan para dejar en claro que existe un modus operandi en el fin de mis relaciones.
V lo supo cuando, luego de decir que sí seguiríamos hablando, le increpé sus últimos actos y no le volví a hablar hasta un par de años después. Nunca fuimos amigos.
Ch lo sabría tiempo más tarde. Aunque intenté ser su amigo, no pude con el hecho de que le gustara otra persona cuando a mí aún me gustaba ella. Me alejé totalmente y 6 meses después nos encontraríamos y volveríamos a hablar. Nos hicimos amigos, pero algunas confusiones hicieron que nos dejemos y volvamos a hablar un par de veces más hasta que, por fin, pudimos ser amigos de verdad. Hoy lo seguimos siendo.
Con M comprendí que aún no sabía lo que era alejarse por completo. Después de meses de intentar ser amigos, y de haber intentado, a su vez, alejarme de ella enésimas veces, pues resolví que debía hacer lo segundo. Aquí lo peculiar fue que lo hice cuando ya no pasaba nada. Creo que pensé algo así como “ahora que estoy tranquilo, mejor que no haya siquiera la posibilidad de no estarlo”. ¿Se entiende? Y entonces lo hice. Lo hice sin decirle absolutamente nada.
Con M (otra M), no fue tan distinto. Nuevamente dije varias veces que me alejaría. Lo hacía y deshacía. Y volvía a hacer y deshacer. Hasta que un día, sin decir nada, lo hice en definitiva.
Como todas las veces anteriores, sin ningún odio, aunque sí con algo de resentimiento. Resentimiento conmigo mismo más que todo. Por no aprender. Por caer en lo que ya había caído antes. Por necesidad. Sí, necesidad. Por una obligación conmigo mismo: estar tranquilo y que no existan siquiera posibilidades, tentaciones, de no estarlo.
Así como lo hago sin previo anuncio, tampoco pido que me entiendan. Es difícil comprender las acciones de alguien que intenta borrar pensamientos y sentimientos de su cabeza. Imposible pedirle que actúe con total sobriedad y consciente de lo que hace.
Así como unos se meten con otro apenas dejan de salir con uno, otros se alejan y alejan a la otra persona. Quién nos entiende. Sí. Quién nos entiende.
Nada me sorprende más en la vida, corazón, que ver cambiar mi piel como la del camaleón. No te asustes, por favor(8).
cuando dios te da un don, también te da un látigo. y ese látigo es solo para autoflagelarse.
1 comentario:
boore su número de celular, como si no lo supiera de memoria... lo podria marcar hasta con los ojos cerrados!
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