Es difícil describir emociones. Por lo general, recurrimos a la frase: "No existen palabras para descubrir lo que siento". Y es verdad: si las palabras pudiesen describrir todas nuestras emociones, la vida rebalsaría de sentido. Los seres humanos somos masoquistas: nos gusta y necesitamos no entenderlo todo; que falten explicaciones; que existan misterios por resolver pero que mejor no se resuelvan; que queden preguntas sin repsonder; que aunque todo esté aparentemente dicho, siempre quede algo por decir. Es quizá una de las máximas de nuestras vidas: no nos podemos desprender de ellas.
Así son las emociones. Mejor dicho, así son para mí. Puede que para otros sea distinto. Y por eso es una duda existencial: no podemos definirlas ni describirlas del todo.
*No puedo describir esta emoción. No quiero hacerlo tampoco. Intentarlo implicaría hablar también del destino, y esa es una duda existencial mucho más grande, pero nuevamente, necesaria.
Una emoción no puede modificar el destino.
El destino es inmodificable. Existe en tanto se va construyendo.
Y entonces, ¿cómo lo hacemos? No dejamos simplemente que suceda: sucede en tanto nosotros hacemos algo. No hacer nada no es una opción.
Construir el destino también tiene sus altos y sus bajos. Es como un castillo de naipes: lo construimos con paciencia y dedicación. Si nos equivocamos al colocar alguna pieza, el castillo tiembla, corre el riesgo de caerse, y a veces se desploma. ¿Y qué hacemos? No nos quedamos mirando. Lo intentamos de nuevo. Así haya que esperar un poco primero para asegurarnos de que esta vez llegaremos más lejos, hasta el final, hasta colocar el último naipe. Sí, ese: el as.
**Ayer veía esta película "Amelí". Una frase se me quedó grabada: "Cuando el dedo apunta el cielo, sólo un imbécil se qeuda mirando el dedo".
***Otra frase también se me quedó grabada: "Sin tí, las emociones de hoy son la piel muerta de las emociones de ayer".
Tiempo al tiempo. Terminé hablando del destino.
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